dijous, 29 de juny del 2017

PRIMERO VIENE LA MUERTE



Pero al final gana el amor: "La Damoiselle Élue" de Claude Debussy y el oratorio "Jeanne d'Arc au bucher" de Arthur Honnegger combinados en el teatro de Frankfurt

Casi medio siglo separa el poema lírico de Claude Debussy "La Damoiselle Élue" y el oratorio dramático "Jeanne d' Arc au bûcher" de Arthur Honegger, medio siglo y un mundo cambiado. Tàn cambiado que uno no puede imaginarse la obra de un compositor en la época del otro: ni las características musicales, ni el género y mucho menos las influencias históricas. 

El misterio barroco y moderno, según  libreto de Paul Claudel, en realidad fué desde sus principios en el escenario de los auditorios y de los teatros una pièce de résistance para los franceses que durante
la guerra pretendía insuflar el violento vigor de sus coros como una fuente energética moral contra la ocupación. En 1941, cuarenta ciudades de la zona del sur no ocupada de Francia  tenían la obra en su calendario. 

La obra de veinte minutos de duración de Debussy sin embargo, basada en un poema del poeta y pintor prerafaelítico Dante Gabriel Rosetti, con su introvertido sonido, la visión de una suerte idealizada y del más allá, bordeando entre un texto raro y torpe al igual que patético, apenas apareció en las salas de concierto.

Alex Ollé del grupo teatral La Fura dels Baus no sólo presentaba las dos obras tán diferentes en un conjunto escénico en coproducción con el Teatro Real de Madrid en el teatro de Frankfurt. El director de escena las unía por decirlo así como dos lados de una medalla estética, cómo si el drama musical dispar al igual que rico en efectos crece como una flor del mal del agrio-dulce poema musical. Y mira por donde, el experimento daba resultado en doble sentido. Ollé y su escenógrafo Alfons Flores saben muy bien como ligar el poder escénico con la parte musical y hasta el poder de cambiarla de carácter.  Ya desde el principio, las resonancias embriagadoras de los pasos del metal wagneriano por medio de tormentosas nubes muy oscuras proyectadas por todo el trasfondo escénico, solamente interrumpido por un andamio de filigrana y una fina rejilla, producen un peligroso carácter aguardando, como si los sonidos no viniesen del foso, sino de un andamio con poste distribuidor de sistemas de comunicación moderna para mensajes misteriosos para el mundo. Nada ocurre, las nubes se cernían peligrosamente como los tonos de la orquesta hasta que nos dimos cuenta de la existencia de dos personas, que simbolizan una Pietà medieval o una pareja de amantes abrazados como si se tratara de un beso de Rodin. Sólo ahora nos damos cuenta que la rejilla porta una altiplanicie de vidrio que separa la escena in dos partes, cielo y tierra. Lo misterioso dura hasta el final, también cuando empiezan a cantar y una de las dos personas en la tierra resulta la narradora de la historia y demuestra que el hombre mudo en sus brazos es el amante de "la virgen elegida" que pide en la parte celestial del escenario, envuelta en tela dorada, que Cristo también llama a su amante al otro mundo para unirse con ella:"...como en aquellos tiempos en la tierra, sólo dedicado al amor - ahora en exclusiva/ para siempre juntos yo y él". Todo ésto sería mucho más que un sólo juego ornamental de un lirismo melódico decorativo en su reducción y lengua artificial si el director de orquesta Marc Soustrot no hubiera equipado la orquesta del teatro y museo, siempre reaccionando con mucha sensibilidad, con ésa sonoridad que corresponde a las obras - Debussy habló de "clarité " y " mathematique musicale ", y si la altista Katharina Magiera como narradora y Elizabeth Reiter como elegida con su florido soprano no se adaptasen como las voces volátiles de los ángeles a la parte orquestal. Más tarde, escuchamos a las dos cantantes al igual que soberanas en los papeles de Santa Margarita y Santa Katharina.

Pero apenas desapareciendo los últimos tonos de sonidos misteriosos, salen de la oscuridad del fondo del escenario un ruidoso proletariado handrajoso  que hubiera liberado con tantas ganas a Santa Juana en la guerra centenaria con sus torturadores ingleses, pero que de repente e incitado por el clero oportunista y la nobleza intrigante se vuelve contra ella y exige insistentemente su muerte en la hoguera.
En un prólogo adjuntado más tarde y con once escenas, Arthur Honegger pasa revista a la última hora de Jeanne d' Arc por medio de los apuntes del padre Dominique hasta que ella misma se transforma en llama sagrada, entonando sin embargo la adoración del amor en que se parece a la virgen elegida del Poéme lyrique posterior. Lo reservado, casi sobrio con que Alex Ollé se acercaba a la obra de Debussy, ahora resultaba suntuoso en el oratorio dramático de Honegger.  Alex Ollé  ordenaba los elementos teatrales de nuevo, retomaba el canto y la declamación de la palabra y las diferentes formas de actuación. El resultado fue una revista religiosa que todo el numeroso elenco lleva a cabo con instinto seguro y multifacético. 

A pesar de toda la excelencia de los coros así como los coros infantiles actuando domina realmente una persona emblemática, intocable hasta por el fuego: la brillante Johanna Wokalek en el rol de Jeanne d'Arc que al final hasta canta la canción Trimazo de lo más conmovedor. Su presencia teatral fue realmente adorable. Gran admiración también para Marc Soustrot así como la orquesta que siempre estaban al nivel de la partitura cuya complejidad estilística se movía entre sonidos barrocos saturados y efectos electrónicos como el  Onde Martenot . Fuertes aplausos y bravi al final.



fuente: FAZ del 13.06.2017/ Wolfgang Sandner /
traducción Metina Radach

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